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Y salió de la estancia donde nos hallábamos, dando un portazo. Yo salí tras él. Natacha corrió en mi seguimiento.

—Bueno, en vista de su comportamiento de usted, iré mañana al almacén y lo contaré todo.

—¡Ah!—gritó—. Pretende usted intimidarme con esa amenaza? Haga usted lo que quiera. No tengo nada que temcr. Me aprecian mucho en el almacén y no perderé la colocación. Lo que conseguirá usted es poner a su hija en evidencia...

Natacha le tapó la boca con la mano y le suplicó, con las lágrimas en los ojos: —Por Dios... no te enfades...

Aquel granuja apartó la mano de Natacha y vociferó: —¡Lárguese! No estoy dispuesto a oír insolencias de cualquier...

Pero mi hija le tapó de nuevo la boca.

¡El niño me cuesta ya cien rublos!—prosiguió. Natacha no va al almacén y tengo que pagarle a su sustituta.

Natacha se esforzaba en calmarle, le acariciaba los cabellos.

—¡No te enfades, querido!... ¡Qué nervioso estás! Cálmate...

¡Ya le hubiera yo calmado! No me explicaba el cambio que había sufrido Natacha. Siempre había sido tan orgullosa, y ahora se humillaba como una mujer sin amor propio. Dió a luz en una clínica.

Me llevé a la niña conmigo: ¡era mi nieta! Le