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XXIV

Durante casi toda la primavera seguí trabajando en los restoranes como camarero extra, sirviendo en los bailes y en los banquetes de bodas. A la entrada del verano, Ignaty Eliseich, el maître d'hotel, se acordó de mí. Me confió la dirección del buffet y de la cocina del restorán de verano que había abierto. Yo puse tanto celo en mi nuevo servicio, que, al final de la estación, Eliseich había ganado tres mil rublos.

—¡Has hecho un verdadero milagro! — me dijo. Pondré de mi parte lo que pueda para que entres de nuevo al servicio de nuestro restorán.

Los clientes preguntan con frecuencia por ti. Voy a rogarle al director, señor Stros, que vuelva a tomarte...

Aquella muestra de atención me conmovió. Los tiempos eran más tranquilos, y yo podía esperar que el director consintiese en readmitirme, sabiendo, como sabía, que yo era un hombre por completo ajeno a la política.

Poco tiempo después, Natacha dió a luz una niña. El padre, Vasily Ilich, quería a todo trance meterla en la Inclusa. No le agradaba tener hijos, y cuando Natacha quedó encinta, se empeñó en que le hiciesen una operación quirúrgica. Ella nego su embarazo, decidida a que no la operasen.

Iba a verme a menudo y lloraba a lágrima viva, contándome sus sufrimientos. Yo le decía que de