posadero dinero para un sello, y le rogué que me escribiese si oía algo de nuevo acerca de Kolia. El me prometió hacerlo.
Volví a mi ciudad mal de mi agrado. Era preciso buscar trabajo.
Ya no encontré a Cherepajin: había acabado de volverse loco y le habían llevado a una casa de orates. Me contaron que durante mi ausencia me buscaba por todas partes. Había roto los cristales de nuestra ventana.
Días angustiosos, noches sin sueño se seguían unos a otros. Yo estaba solo como un hongo. Natacha no me visitaba sino de tarde en tarde: me había olvidado casi por completo. Además, Vasily Ilich no quería que fuera a verme. Mi vida era toda tedio y sequedad, como un desierto.
Un día recibí la visita de un hombre a quien yo no había visto nunca.
—Esté usted tranquilo—me dijo—. Su hijo está en seguridad.
No pude conseguir que me dijese nada más. A todas mis preguntas respondía: —Le he dicho todo lo que sé.
Y se marchó.
Actualmente, sé que mi hijo está en seguridad, en efecto, y recibo de vez en cuando noticias suyas por conducto de otras personas. Está muy lejos, y es probable que ya no volvamos a vernos.