El viejo le miró, lo ocultó en un rincón, detrás de un montón de ropa vieja, y le dijo: —Espera un poco, muchacho; ahora veremos...
Kolia creía que iba a llamar a sus perseguidores, pero se engañó.
El viejo meditó un instante, alzó los ojos a un incono que había en la pared y prosiguió: —Con arreglo a la ley, yo no debía recibirte.
Sin embargo, no quiero contribuir a tu desgracia. Ya que el destino te ha traído aquí, haré lo que pueda en tu favor. Ven, voy a esconderte en la cueva.
¡Era la única tienda abierta! Todas las demás estaban ya cerradas. ¡Se diría que el buen viejo esperaba a mi Kolia! Le hizo bajar a la cueva y le echó después ropas de abrigo y unas botas forradas para que no pasara frío.
Kolia estuvo allí dos semanas, durante las cuales el viejo le dió de comer y beber.
Un día el excelente hombre lo metió en un carro cargado de género, que él debía conducir a la ciudad cercana, y cuando estuvieron ya en pleno campo le dijo: —Amigo mío, baja; tu vida y tu libertad ya no peligran. No sé lo que has hecho no quiero juzgarte. Vete y que el cielo te proteja...
Aquello parecía un milagro. Kolia se había salvado de la muerte. Algún tiempo después me escribía, entre otras cosas: "Para mí hay dos hombres en el mundo: usted y ese viejo. Ni siquiera sé su nombre."