Página:El camarero (1920).pdf/245

Esta página no ha sido corregida
241
 

—Que me prendan también a mí—dije—. Quiero estar junto a mi hijo.

Pero no quisieron prenderme. Visité a los jefes de los gendarmes y de la policía y al procurader general, suplicando que se me concediese una entrevista con mi hijo, y todo fué en vano. Vagué horas y horas por los alrededores de la cárcel, me dirigí a los guardianes y a los soldados, y nadie supo qué decirme. Por último, el director de la cárcel me aconsejó: —Vuelva usted a su ciudad y espere. Ya se le avisará cuándo puede ver a su hijo. El proceso aun no se ha terminado y puede usted esperar.

Pero, naturalmente, no seguí su consejo y no mne marché.

El proceso, según me dijeron, se empezaba al ilía siguiente. Sin embargo, no tuvo lugar: aquela noche todos los acusados, que eran doce, consiguieron escaparse. Se logró dar alcante a ocho.

Los otros cuatro, uno de los cuales era mi hijo, no fueron encontrados.

Más tarde supe todos los detelles de la evasión de Kolia.

Saltó la tapia de la cárcel y echó a correr a través del mercado, perseguido por los centinelas.

Viéndose perdido, empujó la puerta de una tiendecita y entró. El dueño del establecimiento—un comercio de ropas usadas—dormitaba en un rincón. Era un viejecito.

— Sálveme usted!—le rogó Kolia—. Si no, estoy perdido. Haga usted conmigo lo que quiera.

El camarero
16