Página:El camarero (1920).pdf/243

Esta página no ha sido corregida
239
 

Vi que mi visitante, en efecto, era una mujer, como indicaba su voz; pero no pude reconocerla.

Entramos en mi cuarto. Encendi el quinqué, miré a la mujer, y mis manos empezaron a temblar de tal modo, que el quinqué estuvo a punto de caérseme y tuve que apresurarme a dejarlo sobre la mesa.

¡Era Raisa Sergueyevna, la señorita que se hospedaba en mi casa meses antes!

Llevaba un traje hechura sastre y un gorrito de piel.

—Soy yo me dijo; ¿no me recuerda usted?

Le traigo... una carta de su hijo Kolia...

En aquel momento advirtió la presencia de Cherepajin y dió algunos pasos atrás, asustada. La tranquilicé, haciéndole saber que el pobre hombre estaba loco.

Ella, entonces, me dió la carta.

— Calma! ¡Valor!—me dijo.

Yo cogí la carta, temblando, y no pude leerla: una especie de niebla me impedía distinguir las letras. La muchacha, al verlo, me la leyó ella misma, teniéndome cogida cariñosamente una mano.

¡No llore usted!... ¡No llore!—me rogaba de cuando en cuando, interrumpiendo la lectura.

Todo aquello pasó y he sobrevivido a ello; pero entonces se me antojaba que no tendría fuerzas para soportarlo y temía que el corazón me estallara en pedazos.

Kolia estaba en la cárcel de una ciudad vecina, esperando el veredicto de un tribunal militar. No