Página:El camarero (1920).pdf/242

Esta página no ha sido corregida
238
 

—¿Qué es esto?—le pregunté a Cherepajin.

El trombonista estaba acostado, con los ojos fijos en el techo. Su actitud era serena y grave.

—Eso trae la felicidad—me contestó. Le traerá la felicidad a Natacha Yakovlevna.

Desde que se marchó Natacha, cultivaba en secreto y con gran cuidado aquella rama. Y el verla florecer parecía alegrarle mucho.

En los tres días de fiesta no me salió ningún trabajo. Me aburría de un modo atroz. Qué hacer? ¿Adónde ir? Mi vida estaba rota. La única persona que se interesaba aún por mí era Cherepajin, y estaba loco. Maldecía mi mala estrella y me pasaba horas enteras mirando por la ventana ir y venir, afanosa, a la gente.

El cuarto día de fiesta sucedió una cosa que me hizo sufrir mucho, pero que, al mismo tiempo, me demostró que no se debe desesperar nunca, y que existen aún en el mundo almas caritativas.

Anochecido ya, me disponía a salir en busca de trabajo, cuando la patrona entró en mi habitación y me dijo: —Preguntan por usted... Le aguardan ahí, en el recibidor.

Yo esperaba, precisamente, a un cocinero amigo mío. Salí al recibidor. Estaba tan mal alumbrado, que apenas se veía.

—¿Quién es ?

Una voz fina, de mujer, me preguntó: —¿Es usted, señor Skorojodov?

—Servidor de usted. Tenga la bondad de pasar.