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tio preferido. Se pasaba en él días enteros, sin moverse y sin pronunciar una palabra.

Así las cosas, llegó Navidad.

Me levanté temprano. Hacía un frío de todos los diablos. Había caído durante la noche una terrible helada. El sol de invierno entraba a raudales por las ventanas.

Yo estaba triste. En aquella gran fiesta me hallaba completamente solo, como si no tuviera familia. ¡En otro tiempo solemnizábamos en casa la Navidad! Mi mujer hacía unos pasteles deliciosos. En toda la casa olía a cochinillo. Comíamos una sopa de tripas muy rica, que a Kolia le gustaba mucho. Yo me ponía, para ir a misa, una camisa almidonada y mi frac, muy limpio. Les hacía a todos regalos. El primero, naturalmente, era el de mi mujer: un frasco de esencia y un corte de vestido. A Natacha solía darle algún dinero para que fuese al teatro. A Kolia también le daba algo. Los despertaba yo.

¡Arriba, gandules!—les decía con tono alegre, y los acababa de despabilar con un azote.

Almorzábamos temprano, en familia, y luegome iba al restorán...

¡Dios mío, qué dicha!... Aquella Navidad, en cambio, estaba yo solo, no tenía a nadie que me dijese algunas palabras de cariño.

Las campanas de las iglesias resonaban solemnes, anunciando la gran fiesta.

Me acerqué a la ventana y vi con sorpresa una rama florida de acacia en una botella.