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las máquinas grandes resultados. Y cuando se adelante más, los hombres no tendrán ya que trabajar y emplearán el tiempo en estudiar la naturaleza. He aquí por qué la ciencia es una cosa tan útil, y por qué las personas nobles e instruídas se dedican a ella. Hay que comprender esto, joven, en vez de despreciar a los padres.

Habló como un libro; yo estaba por completo de acuerdo con él; pero Kolia empezó a replicarle, a hablarle en unos términos inadmisibles: —Su filosofía de usted no va a ninguna parte.

Aunque me triplique usted la edad, no sabe nada de la vida; permítame que se lo diga.

Kiril Saverianich se llenó de cólera.

—Que no sé nada de la vida? ¿Es usted acaso el que me ha de ilustrar? ¡Sé hasta filosofía!

Podría enseñarle algo, no sólo a usted, sino a su profesor.

Se daba puñetazos en el pecho, gritaba, estaba fuera de sí. Kolia se exaltaba también. A cada palabra del barbero respondía con diez palabras, pues hay que confesarlo—no es tonto del todo, y ha leído mucho.

¡No me hable usted del Evangelio—vociferaba, de la religión, de la fe! ¡Todo su Evangelio de usted está en sus libros de contabilidad!

Yo no daría un céntimo por toda su religión...

Y seguía, seguía, sin tomar aliento, dando suelta a su imaginación, a su furia de perro rabioso.

Tiene un corazón muy fogoso y sensible. Iba y venía por la habitación, gesticulaba, apretaba los