Página:El camarero (1920).pdf/238

Esta página no ha sido corregida
234
 


XXII

Solo, sin familia, yo no necesitaba mi piso. Lo dejé y alquilé un cuarto.

Cherepajin me suplicó, con lágrimas en los ojos, que le permitiese vivir conmigo.

—No puedo quedarme solo—decía—, me da miedo.

La marcha de Natacha le había producido gran impresión, y hasta se diría que le había trastornado un poco. Se había vuelto muy distraído; a veces no entendía lo que se le hablaba; estaba siempre pensativo, tristón.

—Qué tonta es la vida!—exclamaba con frecuencia.

Su lenguaje cada día era más embrollado, más obscuro. Solía empezar una frase y no saber acabarla. Sin embargo, seguía tocando el trombón.

Al principio, en las horas libres, jugábamos a la baraja; pero no tardó en ser imposible jugar con él, pues confundía las cartas y no distinguía unos palos de otros.

A menudo disparataba.

—¿Quiere usted—me proponía muy serio—que nos vayamos a Turquía? Allí se cría muy buen tabaco... ¿O prefiere usted que nos vayamos a la Siberia? En la Siberia hay mucho oro. Podremos comprar con él todos los ferrocarriles y transportar en el tren millones de viajeros.