Página:El camarero (1920).pdf/231

Esta página no ha sido corregida
227
 

¡Gracias, hija mía!—le dije—¡Gracias por el respeto que tienes a tu padre!

Tomó unos sorbos de té por todo desayuno y se fué al almacén.

En el transcurso de dos semanas volvió tres veces a retirarse tarde. Siempre que yo la preguntaba el motivo de su tardanza me contestaba groseramente que ya no era una niña y que no tenía que darme cuenta de sus actos.

—¡He estado en casa de una amiga, ya lo sabe usted!

Estaba triste a toda hora. Hacía mucho tiempo que no se la oía reír. Casi no salía de su cuarto más que para irse a la calle. Se pasaba largos ratos tocando quedamente la mandolina.

Yo padecía mucho viéndola así, pero no le decía nada.

V

Una noche, al volver del almacén, se metió en su cuarto y se vistió apresuradamente de gran gala. Traje descotado, guantes blancos hasta los codos. ¡Estaba muy guapa!

—¿Adónde vas?

Al teatro. ¿Va usted a prohibirme ir al teatro?

Se fué.

La esperé hasta las cuatro de la madrugada.

A las cuatro llamó a la puerta. La abrí.

—¿Por qué tan pronto?—le pregunté.

—¡Porque no es más tarde!—me contestó con insolencia.

Y pasó por delante de mí haciendo ruido con