¡Gracias, hija mía!—le dije—¡Gracias por el respeto que tienes a tu padre!
Tomó unos sorbos de té por todo desayuno y se fué al almacén.
En el transcurso de dos semanas volvió tres veces a retirarse tarde. Siempre que yo la preguntaba el motivo de su tardanza me contestaba groseramente que ya no era una niña y que no tenía que darme cuenta de sus actos.
—¡He estado en casa de una amiga, ya lo sabe usted!
Estaba triste a toda hora. Hacía mucho tiempo que no se la oía reír. Casi no salía de su cuarto más que para irse a la calle. Se pasaba largos ratos tocando quedamente la mandolina.
Yo padecía mucho viéndola así, pero no le decía nada.
V
Una noche, al volver del almacén, se metió en su cuarto y se vistió apresuradamente de gran gala. Traje descotado, guantes blancos hasta los codos. ¡Estaba muy guapa!
—¿Adónde vas?
Al teatro. ¿Va usted a prohibirme ir al teatro?
Se fué.
La esperé hasta las cuatro de la madrugada.
A las cuatro llamó a la puerta. La abrí.
—¿Por qué tan pronto?—le pregunté.
—¡Porque no es más tarde!—me contestó con insolencia.
Y pasó por delante de mí haciendo ruido con