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Kiril Saverianich callaba; pero se veía que era de mi opinión.

Kolia se encogió de hombros con desprecio, y respondió: —¡Qué ideas más graciosas!... A Dios, en caso de existir, le debe de interesar mucho su religiosidad de usted y le harán mucha falta sus oraciones...

Tan vituperables palabras me destrozaron el corazón. Maldije, escuchándolas, el día en que se me ocurrió la idea de que se instruyese mi hijo.

Todo se debe a esos librotes que lee día y noche.

Y también a algunos compañeros que no me acaban de gustar. Por ejemplo: ese Vasikov, empleado del ferrocarril, que es su mejor amigo... Un tísico... Hablan siempre con gran calor de cosas que, por lo general, no entiendo. Desde que se trata con él, Kolia no es el mismo: se ha vuelto de carácter áspero, y hasta está más delgado.

Kiril Saverianich no pudo contenerse y le dijo: —Es usted todavía demasiado joven, y no ha estudiado aún bastante. La ciencia dota al hombre de la verdadera nobleza y le abre las puertas de la felicidad humana. La fe y la religión ablandan el alma. ¡La ciencia, joven, es una gran cosa! Yo, por ejemplo, antes de que los hombres de ciencia inventasen la máquina de cortar el pelo, tenía que emplear diez minutos en pelar a un cliente, y ahora lo hago en un minuto. Los sabios, en el porvenir, inventarán máquinas que lo harán todo. Ya en nuestra época se obtienen con