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nes But y Brot vino a ver a Natacha en un coche muy elegante y con un magnífico gabán de pieles.

Le recibió Natacha en el cuarto de los huéspedes. Yo no me moví del comedor. Hablaron durante unos minutos y él se marchó.

—¿Qué sucede?—le pregunté a Natacha—. ¿A qué ha venido?

—Estaba yo un poco enojada con él—me contestó por una observación que me hizo el otro día, y que me pareció grosera, y ha venido a darme explicaciones.

Advertí que mentia; pero no pude conseguir que lo confesase.

A la mañana siguiente comenzó a ir de nuevo al almacén.

Cherepajin no estaba bueno. Todas las noches se quejaba de dolor de cabeza. Se aplicaba a la frente un pañuelo mojado y se pasaba horas y horas metido en un rincón.

Una mañana, al volver yo de mi trabajo, Cherepajin salió a mi encuentro. Se advertía que no se había acostado.

—Oiga usted—me dijo con voz temblorosa—.

A Natacha Yakovlevna le pasa algo. Ha estado llorando toda la noche. La he oído yo. Además, ha venido muy tarde.

—¿Qué me dice usted?

—Cree usted que miento?... Pues le juro que digo la verdad. Usted está siempre ocupado, su hija no tiene madre que la vigile, y los hombres

El camarero
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