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—¡No le conozco a usted! ¡No quiero conocerle! Los autores de este destrozo, sépalo usted, son los canallas de los socialistas, los correligionarios de Kolia, de quien puede usted estar orgulloso.

Después supe cómo había ocurrido aquello. Había una huelga de impresores. Los huelguistas hacían cerrar a la fuerza las imprentas donde se seguía trabajando. Una de tales imprentas estaba al lado de la barbería de Kiril Saverianich.

Cuando los huelguistas llegaron tumultuosamente, Kiril Saverianich salió a la puerta y comenzó a afearles su conducta y a amenazarles con llamar a la policía. No contento con esto, se puso a tocar un silbato para atraer a los cosacos. Entonces, los huelguistas, furiosos, apedrearon la barbería, la invadieron y destrozaron cuanto encontraron a su alcance.

Yo me hice cargo de la mala disposición del barbero y le perdoné sus duras palabras. Traté de calmarle.

—Véngase usted un rato a casa—le propuse—.

Se distraerá usted un poco.

Pero mi invitación le enfureció más.

—¿Que yo vaya a tu casa?—gritó. Las botas que llevaba la última vez que estuve a verte no me las volveré a poner. La culpa de estos actos de barbarie la tienen los canallas como tu hijo. Ellos empujan a las turbas a toda suerte de desmanes. Debían fusilarlos a todos como a perros rabiosos.