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por otro. No tardó en desaparecer en las tinieblas.

Antes de retirarme, entré en una iglesia en busca de consuelo; pero no lo encontré.

XXI

Hacía algún tiempo que yo presentía una desgracia. Y no me engañaba.

Le di la carta de Kolia a mi mujer, diciéndole que me la habían llevado al restorán. Ella se lo creyó. La carta era tan cariñosa, que la pobre Niucha se llenó de alegría. Pero la alegría acabó por ponerla mala.

—¡Me ahogo!—gritó.

Y se llevó las manos al pecho, queriendo desgarrarse la ropa.

Nos costó gran trabajo calmarla. Cuando se alivió un poco, empezó a llorar suavemente. Sentada en la cama, movía de arriba abajo la cabeza, y sus ojos vertían lágrimas sin cesar.

Por la noche se sintió mal de nuevo. Hubo que levantarla. No tardó en entrar en la agonía.

El doctor, a quien se llamó a toda prisa, llegó cuando la pobre había ya exhalado el último suspiro.

Dos días después la enterramos.

Kolia no pudo despedirse de ella.