Página:El camarero (1920).pdf/221

Esta página no ha sido corregida
217
 

perdone. Estoy seguro de que te perdonará, con tanto más motivo cuanto que tú no has cometido ningún crimen.

Pero no quiso oírme. Se puso de pronto tan triste, que pasó por su cara como una nube negra.

—No hablemos de eso, papá; es imposible. No puedo hacer lo que usted me pide.

—Estás desmejoradísimo, hijo mío; da pena verte. ¡Llevas una vida de lobo; ten piedad de nosotros! Somos ya viejos... Mamá está muy enferma. Natacha no tardará en casarse, y nos quedaremos solitos.

—Se lo suplico, papá... No hablemos de eso. Me hace usted sufrir mucho y no consigue nada. No puedo humillarme ante esa gente. Sería una bajeza que yo no me perdonaría nunca.

Había en su mirada una expresión de sufrimiento que partía el corazón.

—Bueno, querido, no hablemos más de eso, si padeces tanto. ¡Cálmate, hijo mío!

Le acaricié la cabeza y las mejillas. ¡Pobrecito mío! ¿Por qué sufría tanto? No le había hecho daño a nadie, ni era capaz de hacérselo, por su buen corazón. Y, sin embargo, le perseguían, le acosaban como a una fiera; hasta le negaban el derecho de venir a ver a sus padres...

No pude contener las lágrimas mirando a la pobre criatura. Me daban ganas de estrecharle contra mi pecho, como a un niño; de decirle quedo al oído palabras de amor y de ternura. Como es natural, no me atreví a hacerlo.