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les, estaba de visita en casa mi amigo el barbero Kiril Saverianich, que se hallaba de muy buen humor y hablaba de la vida y de la cosa pública. Sólo nos visitaba los días de fiesta.

—Toda la semana — decía está destinada al trabajo, menos el domingo, que lo está a las conversaciones instructivas.

Cuando tocó el tema de la religión y la fe, yo empecé a dolerme de la ceguera de los sabios, que confían demasiado en su ciencia y no quieren reconocer la existencia de Dios. Lo hice mirando a Kolia, que no queria ir a la iglesia, y añadí que lo mejor era no instruir a los niños, puesto que la instrucción no servía sino para perder su alma.

Entonces Kolia me contestó: —Usted no sabe lo que es la instrucción, y la juzga de un modo absurdo.

Estaba tan nervioso, que dejó de comer.

—Usted no sabe lo que es la ciencia, y ni siquiera sabe lo que son la fe y la religión.

¿Habráse visto insolencia igual? ¡Que yo no sabía lo que eran la fe y la religión. No pude dejar aquellas palabras sin respuesta, y le dije: —¡No tienes derecho a hablarle a tu padre en ese tono! Claro que no he estudiado geografía, ni otras cosas; pero yo soy quien te educa, quien trabaja para que seas un hombre instruído, y no un miserable criado, como tu desgraciado padre.

A no ser por la religión, quizá me hubiera suicidado hace tiempo. Con toda tu instrucción, aun no has aprendido a respetarme...