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Hay otra cosa, en esta clase de comidas, muy desagradable: las intrigas amorosas, sobre todo si abunda entre los invitados el elemento comercial. Los jóvenes del comercio son muy atrevidos con las mujeres, y procuran, en las tomabodas y en los bailes, quedarse solos con su dama en algún lugar apartado. Como ellas, con el vino, la música y el baile están un poco trastornadas; esas conversaciones a hurto de la gente son muy peligrosas y pueden originar grandes escándalos.

Hay que vigilar, más que a ninguna, a las casadas jóvenes, que suelen gozar en su casa de poca libertad y se pirran por las aventuras.

A lo mejor, un señor serio, respetable, le dice al camarero: —Ahí tienes un rublo... Vigila a esa señora del traje amarillo y a ese joven de bigote rojo...

O un conquistador le llama y le pregunta: —No habría por ahí un cuartito... donde no entrara nadie ?

Y le alarga un rublo.

Con frecuencia, a los invitados no les gusta la comida y empiezan a protestar en alta voz. Las culpas son para el camarero.

En general, en los banquetes el servicio es muy penoso. Hay que trabajar en medio de una algarabía infernal. La música toca; los comensales, muchos de ellos borrachos, gritan; todos llaman, reclaman. Casi todos los camareros acaban por enfermar, por padecer de las piernas, del pecho. A mí, acostumbrado a la magnificencia del restorán