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repajin me había recomendado. Claro que no era muy halagüeño para mí. El camarero extra no depende sólo del maître d'hotel, sino también de los camareros fijos. Además, ha de trabajar toda la noche, muchas veces hasta las siete de la mañana. Y su trabajo es muy comprometido; pues el público de los bailes no tiene nada de selecto.

Algunos concurrentes no se limitan a robar las cucharillas y los cuchillos de plata; se llevan, si pueden, hasta los de metal blanco. Y luego, en los banquetes, hay que saber tratar a los comensales, estar enterado de quiénes son los de más viso, para no engañarse. Por ejemplo: al distribuir un plato en una comida de bodas, no debe uno hacerlo a la buena de Dios, sin más que darle la vuelta a la mesa: debe uno servirles primero a los padres de los novios, y luego a los convidados de más importancia, que, aunque es muy difícil saber quiénes son, quieren que uno les rinda todos los honores. Como es natural, muchas veces se equivoca uno.

En cierto banquete de bodas, una vieja me armó un escándalo que recordaré toda mi vida.

Viéndola entre los invitados, vestida muy modestamente, pensé que su papel allí no era, ni mucho menos, de los principales. Al servir el pescado, le serví primero a su vecina, una señora gruesa, que parecía más importante. La vieja se puso furiosa.

—Soy yo—gritaba—la abuela de la novia y la que la dota, y este imbécil me sirve la última!