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venido usted, pase por ahí... Está detrás del biombo.

Pasé a aquella alcoba de perro. La cocinera, al verme, empezó a lamentarse: ¡No puede una respirar, con esta peste, en la cocina! Está podrido y no hace más que vomitar. ¡Es un asco!

El viejo se despertó y se echó a llorar. Intentó sentarse en la cama; pero le faltaron las fuerzas. Olía a demonios en el dormitorio. ¡Pobre desgraciado! Le compadecí de todo corazón.

Me senté en una silla, al lado del camastro.

—Estoy muy enfermo—me dijo el pobre hombre. Sufro mucho... Mañana van a trasladarme a una clínica... Tengo un cáncer.

Los piojos le corrían por la cara, por las manos. ¡Qué horror!

—¡Esta es mi vida!—continuó—. Hace cuatro meses que no tomo un baño. Parece que sería un gasto demasiado grande para mi hijo.

Cerró los ojos y comenzó a temblar.

—¡Qué tristeza, amigo mío!—suspiró.

La cocinera asomó la cabeza por detrás del biombo y me habló con indignación de la avaricia de sus amos.

—Son unos canallas. Desde hace tres meses no me pagan un céntimo. Y no es que les falte dinero; es que lo guardan.

—Me ha costado mucho trabajo—dijo Iván Afanasievich—conseguir que me trasladen a la clínica. Estoy deseando verme en ella. Allí me