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Entré en su cuartito y me acerqué a su cama.

Dormía con la boca entreabierta, sonriendo. Le di un beso y se despertó.

Muchas gracias, nena, por el regalo!—le dije.

Ella me sonrió con cariño y me besó en la boca.

Luego sacó de debajo de la almohada una pera de las que llamamos en el restorán "María Luisa", y me la dió Yo no me hubiera cambiado en aquel momento por un príncipe.

Mi mujer también estaba muy contenta, aunque no quería manifestarlo, y murmuraba: — Qué derrochadora! ¡Nunca sabrá guardar el dinero!

Así empezó mi hija Natacha su vida de empleada.

XIX

Pasaron tres meses. Se acercaba octubre y el verano tocaba a su fin.

Al principio, habíamos recibido todas las semanas carta de Kolia; pero hacía ya mucho tiempo que no recibíamos ninguna. Y, de pronto, una noche la policía se presentó de nuevo en casa.

Los representantes de la autoridad no nos dijeron nada; se limitaron a llevarse todas las cartas de Kolia, que mi mujer guardaba en una caja. El oficial del barrio nos dijo después que Kolia había huído del sitio donde se hallaba desterrado.