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A fines de abril deportaron a Kolia a un sitio muy lejano, en la costa del mar Blanco. Ni siquiera le permitieron venir a casa unos minutos a despedirse de nosotros.

Cuando me enteré de su deportación fuí a ver al fiscal para preguntarle el motivo. ¿ Acaso había cometido algún crimen?

—No—me contestó el fiscal—. No ha cometido ningún crimen. Al menos, no existe ninguna acusación precisa contra él; pero se le ha deportado a causa de sus ideas.

¡A causa de sus ideas! ¡Vaya un delito! Si hubiera derecho a castigar a la gente por sus ideas, hace tiempo que yo estaría en presidio.

Por aquellos días terminó Natacha sus estudios y nos manifestó: —Entro como cajera en los almacenes de But y Brot, con el sueldo de cuarenta rublos al mes.

Yo estaba asombrado: otras muchachas tardan meses, y aun años, en encontrar colocación, y Natacha la había encontrado en seguida.

—Es que yo tengo suerte—me explicó con orgullo. Los profesores del liceo han sido muy buenos para mí. El gerente del almacén, tío, como ya le dije a usted, de una amiga mía, me ha cumplido su promesa de colocarme en cuanto acabase mis estudios. ¿Qué más puedo pedir?

Fuí al almacén a cerciorarme y me convencí de que Natacha había dicho la verdad. El gerente era un hombre muy vivo, elegante, con un pañuelo