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ne mucha importancia y no hay que echarlo en olvido. Estoy harta de parecer una trapera! Quiero vivir. Soy joven, y la juventud debe aprovecharse. No tenéis derecho a esclavizarme...

Tales insensateces me pusieron furioso. Aquella chicuela sólo pensaba en los trapos, en las cintas, en las diversiones. No la había visto nunca leer un libro.

—¡Soy joven, y quiero vivir!—repetía sin cesar.

Siempre estaba mirándose al espejo y echándose a sí misma flores.

— Decididamente, no soy fea del todo! Hay quien me encuentra hasta bonita.

Su discusión con su madre se fué acalorando.

—Eres—le gritó Niucha—una indecente, una asquerosa!

Natacha se encolerizó y la rechazó con violencia.

Aquello era ya demasiado: tratar de tal modo a su madre no es digno de una muchacha instruída. La agarré por la trenza y le di un par de bofetadas.

Como es natural, se echó a llorar.

—Si me tratáis así—nos gritó—, me iré de casa.

Viviré aparte. Ganánãome la vida, no necesitaré de vosotros.

Todo aquello teníamos que agradecérselo al colegio. Casi todas sus compañeras eran hijas de ricos comerciantes, y quería imitarlas, vestir como ellas, para quienes era tan fácil gastar centenares de rublos en ropa. El no poder hacerlo la desesperaba.