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XVIII

Transcurrieron dos meses. Pasaron las Pascuas sin que yo apenas lo advirtiese.

Un día me dijo Natacha: —Cuando termine mis estudios, tendré una plaza de cajera en los grandes almacenes de But y Brot. El gerente es tío de una amiga mía y me la ha prometido.

No me pareció mal. ¡Es tan difícil en nuestra época encontrar un empleo! Muchas personas instruídas se ven obligadas a aceptar una plaza de conductor de tranvía, por treinta rublos al mes.

Natacha tendría cuarenta, y su trabajo sería relativamente fácil. Al menos, la instrucción que había recibido le serviría de algo. ¡Cuántas señoritas bien educadas pretenden en vano una plaza en la central de teléfonos, donde tan duro y enojoso es el trabajo!

—Entonces—añadió Natacha—no estaréis obligados a mantenerme. Os pagaré quince rublos al mes por la habitación y la comida.

Mi mujer, al oír aquellas palabras, se enfadó.

—¿Es ése tu agradecimiento por los sacrificios que hemos hecho por ti? ¿Según tú, sólo valen quince rublos al mes?

A lo que Natacha contestó con insolencia: —¡Tengo que vestirme! No puedo ir como una mendiga. En los tiempos que corren, el traje tie-