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En tales condiciones no puedo serle a usted útil.

Y se fué, sin pagar el gasto.

Aquel encuentro aumentó mi tristeza.

Para colmo de mis males, recibí una carta del Banco donde había colocado mi dinero, en la que se me reclamaban ciento cincuenta rublos más, en vista de la baja de las acciones compradas por mí.

Corrí a casa de Kiril Saverianich.

—¡Mire usted lo que ocurre!—le dije. Me reclaman cincuenta rublos más.

—¡Usted tiene la culpa!—me contestó. Para qué ha esperado tanto tiempo? Yo vendí mis acciones hace tres semanas, y gané doscientos rublos.

— Pero por qué no me dijo usted a tiempo que debía venderlas?

—No podía ir a verle a usted: su casa está vigilada por la policía y he temido comprometerme. Gozo de una buena reputación y no me haría gracia perderla.

Yo me quejé amargamente de su falta de interés por mí.

Lo que ha hecho usted no es digno de un hombre instruído y noble.

Mis reproches le turbaron mucho y me aconsejó que fuese en seguida al Banco y vendiese mis acciones.

Seguí su consejo y las vendí, con ciento ochenta rublos de pérdida.

¡He ahí en lo que pararon mis sueños de propietario!

El camarero
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