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XVII

Lo que yo sufrí no es para dicho Y nadie se cuidaba de mi sufrimiento. Cada cual seguía su camino. Es verdad que yo había oído decir que existían personas que se penetraban de las desgracias ajenas y las sentían como propias; pero casi nunca había visto personas así, al menos entre las que solía encontrar a mi paso. "Ahora —pensaba ya no hay santos; la gente ha variado muchísimo, y sólo se preocupa de una cosa, a lo que se ve: de hacer dinero." Más tarde he sabido que hay otra gente, de cuya existencia no se percata uno, porque se oculta, y que puede comprenderlo todo. La sociedad es muy severa con ella; pero yo no tengo motivos para serlo: estoy seguro de que sólo buscan el bien de los demás. No tiene nada; es tan pobre como yo, acaso más aún. Dios, que lo ve todo, será el juez supremo de ella y de sus jueces.

Me pasé la noche pensando a quién podría dirigirme para salvar a Kolia. Hice memoria de todos los clientes ricos y poderosos de nuestro restorán. Los días siguientes los visité a todos.

Unos se negaron en redondo a recibirme; otros me manifestaron que el asunto no era de su competencia y que no podían hacer nada. Visité incluso al presidente del tribunal; pero él también me manifestó que no podía hacer nada. Sin em-