del biombo se oían los sollozos de Natacha. La Virgen de Kazan, alumbrada por la luz de una lamparilla, contemplaba desde lo alto de la pared nuestra desgracia y nuestro duelo.
Fué una noche terrible. Me hizo envejecer veinte años.
¡Quién iba a esperar aquello de nuestros huéspedes! Después lo comprendí todo y me di cuenta de la clase de personas que eran. Pero los primeros días que siguieron a la detención de Kolia yo estaba furioso contra ellos y los maldecía. Lo maldecía todo. Tenía tan poco que agradecerle a la gente! Quién se interesaba por mí? i Quién se cuidaba de lo que ocurría en mi corazón? Lós parroquianos del restorán se diría que ni siquiera habían llegado a enterarse de mi existencia.
Nunca me habían dicho una palabra cariñosa. ¡Y me había pasado la vida sirviéndolos! Mientras la tristeza y la desesperación llenaban mi humilde vivienda, los salones del restorán relumbraban como ascuas de oro, y todo era en ellos alegría.
Tocaba una orquesta rumana, y la gente, muy calentita y de muy buen humor, comía y bebía oyendo la música.
¡Y yo tenía que servirles, ocultando mi dolor en lo profundo de mi alma! Mi dolor no les interesaba. No carecían de nada; vivían contentos, felices. Decididamente, la vida está mal organizada...