—Como usted quiera.
Aquellas palabras me causaron una impresión tan dolorosa, que grité: —¿Por qué quiere usted detenerle? ¡Eso es una injusticia!
Mi mujer también protestaba.
¡No tienen ustedes derecho!—decía—. Iré a casa del gobernador, donde está sirviendo un primo mío...
El inspector se volvió a ella y le preguntó: —¿Qué quiere usted decir? ¿Qué primo y qué gobernador son esos?
Mi mujer intentó explicar sus palabras, y, no pudiendo hacerlo de una manera satisfactoria, acabó por gritar: —¡No tengo que dar explicaciones!
—Muy bien. La detendré a usted para que me las dé.
La pobre Niucha estuvo a punto de desmayarse.
Salí a su defensa. Le dije al inspector que toda aquella historia del primo y el gobernador se la había hecho inventar el miedo. Natacha estaba nerviosísima. A Kolia le brillaban los ojos con un brillo de mal agüero, Encafándose con el inspector, amenazó: —¡No ponga usted mala a mi madre!
El inspector le llamó al orden.
Cherepajin estalló en protestas contra la injusticia, y le echaron.
Y los representantes de la autoridad siguieron registrando las habitaciones y los muebles. Hicie-