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Llamaron a Kolia y le sometieron a un interrogatorio: —¿Era usted amigo de los huéspedes? ¿Qué sabe usted de ellos? ¿Adónde se han ido?

En esto oí gritar a Natacha: ¡No me toquen ustedes!

Kolia corrió a su cuarto. El inspector también.

Natacha, de pie en medio de la habitación, con una sola bota puesta, escondía la cara entre las manos. La cama estaba en desorden; los representantes de la autoridad habían levantado el colchón.

¡No tienen ustedes derecho a proceder así!

¡Eso es una indecencia!—gritó Cherepajin.

Kolia y mi mujer empezaron también a gritar.

¡No griten ustedes!—dijo el inspector con tono severo. En vez de gritar, contesten a las preguntas que se les hagan.

Y me sometió a mí a otro interrogatorio.

—¿Cuándo se han marchado los huéspedes?

¿Qué gente los visitaba?—etc., etc.

Después, los policías llevaron al comedor un montón de libros y papeles pertenecientes a mi hijo, y los pusieron sobre la mesa. Lo examinaron todo escrupulosamente, papel por papel, hoja por hoja. El inspector cogió una carta y empezó a leerla.—¿Qué es esto?—me preguntó.

Kolia miró la carta y contestó que era la de nuestro antiguo huésped Echov, el suicida.

—Bueno, ya lo veremos! —dijo el inspector, guardándosela en el bolsillo.