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En fin: estoy bastante bien de físico. Mi amigo Kiril Saverianich asegura que parezco un embajador...

Kiril Saverianich... ¡Vaya un hombre! Es tan inteligente, que si su nacimiento hubiera sido menos humilde y hubiera contado con alguna protección, habría llegado, de seguro, a ser un hombre público y a hacer grandes cosas; pero el destino le ha obligado a ser barbero, suerte lamentable en un hombre de gran instrucción, que maneja muy bien la pluma y ha escrito unas memorias. El me consuela siempre en mis desventuras y me defiende de los ataques de mi hijo.

—Tú, Jacobo Sofronich—me dice—, nutres a la gente, y yo le arreglo la fisonomía. ¡La vida es así!

A veces, mirándome al espejo, vestido de frac, me enorgullezco de mí mismo; en otro tiempo era un don nadie... un camarero insignificante, sin ninguna importancia. Me reñían con frecuencia, y un día, hasta me...; pero más vale no recordarlo. Ahora soy alguien, tengo mi piso, mi familia, gano setenta u ochenta rublos al mes, sé conducirme ante la gente de buena sociedad. Mi hijo estudia en el colegio, y mi hija Natacha, también. Y, sin embargo... A veces me tratan de un modo... Señores que parecen bien educados, que hablan varias lenguas, que tienen modales distinguidos, que son muy corteses entre ellos, son, a pesar de todo, groseros conmigo.

No hace mucho, un señor, de uniforme y con-