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—¡No puedo más, no puedo más!—decía sollozando.

—¡Júramelo—seguía su madre o te mato! ¡No faltaba más! ¡Mi hija una golfa!

Puse fin a tan horrible escena encerrando en la alcoba a Niucha, y empecé a hablarle a mi hija de un modo tranquilo, apacible. Le conté mi conversación con el oficial. Ella se calmó un poco, me abrazó y dijo: —Yo qué sabía, papá?... Me gustó...

Mi mujer, que lo oía todo detrás de la puerta, vociferó frenética: ¡Conque te gustó! ¡So marrana! ¡Te voy a arrancar los pelos! ¡Te voy a atar como a una perra salida!

Momentos después volvió Kolia. Su madre le gritó: —¿Qué te parece tu hermana? ¡La indecente se pasea en coche con oficiales!

Kolia no comprendió, pero se puso pálido. Cuando le contamos lo ocurrido, se llevó a Natacha a la habitación de los huéspedes y habló un rato con ella. Después nos reconcilió a todos.

Estaba muy turbado, como si algo grave le inquietase. No quiso comer.

—No vuelven más los huéspedes?—le pregunté Se puede alquilar su habitación?

—Sí, pueden ustedes alquilarla—contestó fríamente.

Y se sumió en sus reflexiones.

—Está tristeme dijo después mi mujer—por