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de obrar como ha obrado se atreve a amenazarme? ¡Pégueme usted si es hombre, pégueme!

Yo estaba furioso, y si llega, en efecto, a levantarme la mano, se la gana. Tengo buenos puños y, aunque no he pegado a nadie, se hubiera acordado de mí. Además, Cherepajin estaba allí cerca, y se advertía en su actitud que estaba dispuesto a lanzarse sobre el oficial en cuanto yo le hiciera una seña.

—Sólo quiero que hablemos dos palabras...

Aquí mismo, en el bulevar...

Consentí.

Nos sentamos en un banco.

—¡Bueno, hable usted! Luego hablaré yo—le dije.

—Usted, por lo visto, padece una equivocación...

Esa señorita es su hija de usted?

—Sí. Y de ningún modo puedo permitir... Usted no tiene derecho...

—Perdóneme... Déjeme explicarle... Yo he conocido a su hija de usted en el río, patinando. En esta amistad no hay nada deshonroso para su hija de usted..., palabra de oficial... Le hubiera visitado a usted gustosísimo, pero...

—Permítame... ¿Es usted hermano de una amiga de mi hija?

El oficial no sabía qué contestar.

—Sí... es decir, no. Le hubiera visitado a usted gustosísimo; pero no se me ha presentado ocasión...

—¿Conque no se le ha presentado a usted ocasión? Pues bien, todos los días la tiene usted,