Natacha se asustó.
—¡Hasta la vista!—le dijo apresuradamente al oficial.
Y se allejó.
El oficial se volvió a mí y me dijo con altivez: —Permítame usted...
—No, no le permito...; debía usted tener vergüenza. Las personas bien educadas, antes de cortejar a una muchacha, procuran relacionarse con sus padres, y no lo hacen a hurtadillas, en la calle. Le suplico a usted que deje a mi hija en paz.
Cuando le hube dicho estas palabras le volví la espalda y me encaminé a casa.
Cherepajin asistía a la escena a algunos pasosde distancia.
El oficial me siguió y le oí que me decía: —Perdón... Permítame... Necesito una explicación... Me la debe usted...
Yo no le hacía caso y seguía andando. El levantó la voz.
—Permítame... Mi honor... Quiero que se me explique...
La gente comenzó a mirarnos y a pararse. El oficial seguía andando detrás de mí y pidiéndome explicaciones. Su voz empezó a temblar.
—Le exijo que me escuche... Estamos dando un espectáculo... Si no me escucha usted, le romperé el alma.
Yo entonces me volví y le dije: —¿Quiere usted armar un escándalo? Encima