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pedes—dijo Kiril Saverianich—. Son personas de ilustración y pueden ejercer sobre Kolia un influjo beneficioso. ¡Sin embargo, hay que vigilarle!

—¿Por qué?

—Por la señorita. He notado algo... Se miran de un modo...

Yo dije que había notado algo también y que no sabía qué hacer.

Mal negocio!—continuó Kiril Saverianich—.

Kolia descuidará sus estudios y quizá no pueda examinarse. ¡Verán ustedes! En nuestra época es frecuente el caso de vivir tres bien avenidos. En Francia sobre todo. Un francés, empleado en un comercio de vinos, que se afeita en casa, me lo ha contado. El marido, el amante y la mujer viven juntos... De ahí provienen muchos de los desórdenes que afligen a Francia. Si siguen así las costumbres, Francia tendrá dentro de poco una población muy escasa. Camina a su pérdida....

En esto llegó un telegrama. Nos asustamos. Era para el huésped, que, en cuanto lo leyó, cogió un paquete de libros y se fué. Momentos después también se fueron la muchacha y Kolia. Nos asomamos a la ventana.

—No me cabe duda, se entienden!—dijo Kiril Saverianich. ¡Ya verán ustedes cómo no puede examinarse! Deben ustedes tomar medidas.

Seguimos hablando largo rato. Cherepajin dormitaba.

—Probablemente tendré que cerrar mi establecimiento—dijo de pronto Kiril Saverianich.