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ñorita. Es terrible. Desciende de bandidos y dobla como alambres las barras de hierro.

Cherepajin no contestaba y seguía bebiendo.

Apenas comía.

De pronto, cuando estuvo ya bastante borracho, se encaró con el huésped y le preguntó: —Diga usted, señor, ¿por qué el hombre es tan desgraciado?

Le miramos llenos de asombro. Natacha se echó a reír. Mi mujer le amenazó con el dedo para que callase. El huésped se encogió de hombros y se sonrió.

—Es muy difícil contestar a esta pregunta —dijo.

—Bueno, dígame entonces—siguió preguntando Cherepajin—; hay alguna diferencia entre un hombre y una bestia? ¿El hombre es superior por su alma y por su corazón? ¿Cuál es el objeto de la vida?

Siguió durante un rato haciendo preguntas extrañas, como si se hubiera vuelto loco. El huésped intentó contestarle, pero él le interrumpió: —Respóndame: si un hombre no está contento con su oficio, ¿qué debe hacer?

Y se pasó la mano por la frente como si quisiera despejarse.

En aquel momento llegó Kiril Saverianich. Le presenté a los nuevos huéspedes y se mostró encantado.

—Celebro tanto conocer a personas de ilustración, etc., etc.