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Mi mujer agradecía mucno aquellas caricias y solía decirle a Natacha: —Ves?... Una señorita tan instruída es conmigo tan cariñosa, y tú, en cambio, nunca le haces una caricia a tu madre.

El huésped, por el contrario, era muy serio y reservado. Cuando estaba en casa no cesaba de pasearse por la habitación.

Pues bien: al verle entrar tiritando de frío sentí una gran lástima. "Estas pobres gentes—pensé no pueden permitirse el lujo de comer pastel y hasta es probable que no almuercen todos los días." —¿Quieres—le pregunté a mi mujer que les invitemos a pasteles? Se alegrarán mucho de probarlo.

Niucha no se opuso.

—¿Por qué no? Son personas instruídas y nos pagan con puntualidad.

Fuí a su cuarto y les invité. Kolia, que estaba con ellos, como siempre, parecía al pronto muy asombrado; pero acabó por unir sus ruegos a los míos. El huésped no podía disimular su embarazo y miraba a la muchacha como consultándola. Ella me cogió las dos manos y me dijo cariñosamente: —Se lo agradecemos a ustedes mucho. Sabemos por su hijo lo buenos que son y les queremos.

¡Me dieron una lástima! ¡Me parecieron tan pobres y tan desgraciados en aquella habitacioncita!...

Y eso que la tenían muy arregladita y muy mona.