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no tardó en hacer amistad con ellos, por mediación de Vasikov.

Eran unos huéspedes nada molestos. El, atareado en sus negocios, paraba poco en casa, y ella solía salir por la mañana y no volver hasta por la noche.

Kolia llegó a intimar con ellos, sobre todo con la muchacha, de tal modo, que mi mujer, como ya he dicho, estaba muy inquieta; ella era lindísima; Kolia era joven; todo era de temer. Mi mujer hasta aseguraba que una vez les había oído tutearse. Algunas noches salían juntos y volvían cerca de las tres de la mañana. El huésped parecía no darse cuenta de nada. Les permitió incluso marcharse a pasar un par de días a una ciudad vecina, donde ella nos dijo que tenía una parienta.

Yo intenté hacerle ver a Kolia todo lo inconveniente de su conducta.

—Puedes—le advertí—ser la causa de la desgracia de esos jóvenes. Ten cuidado. Responderás ante Dios de lo que suceda.

El se sonrió burlonamente.

Mi mujer se puso furiosa.

—Temo un escándalo—decía—. No puedo consentir en mi casa una cosa así. Prefiero echar a esos huéspedes.

Pero la muchacha sabía hacerse querer. Era muy cariñosa.

—Querida viejecita—le decía a Niucha—, cómo se parece usted a mi madre!

Y la abrazaba.