Página:El camarero (1920).pdf/159

Esta página no ha sido corregida
155
 

Volví inmediatamente a casa y se lo conté todo a mi mujer, que se enfadó muchísimo y puso a Natacha de vuelta y media. Natacha parecía oírla como quien oye llover; seguía muy tranquila, delante del espejo, arreglándose el pelo.

—¿Quién le ha contado a usted todo eso?—preguntó con tono burlón—. ¿Cherepajin?... No es ningún pecado patinar. Ese oficial de que habla usted es el hermano de una amiga mía. Ella lo presenció todo.

¡No se defendía mal la niña!

—Puede usted enterarse, si cree que miento.

Todo eso son invenciones de gente sin conciencia.

Cherepajin, que no había perdido palabra de toda esta réplica, entró, me dirigió una mirada de reproche y dijo, encarándose con Natacha: —Natacha Yacovlevna, ¿por qué me insulta usted? Mi intención ha sido tan sólo evitarle a usted graves disgustos... Si le he contado eso a su padre ha sido por su bien de usted...

Estaba tan emocionado, que no pudo seguir, y se fué a su cuarto a toda prisa.

Natacha se compadeció del pobre hombre. Corrió tras él y empezó a llamar a su puerta.

—No quiere usted abrir? Le aseguro que se equivoca si cree que le tengo mala voluntad...

Pero Cherepajin no abrió. Mi mujer le dijo a Natacha: —Haces muy mal en ofender así a un buen hombre. ¡Yo no sé lo que os enseñan en los colegios!