Página:El camarero (1920).pdf/157

Esta página no ha sido corregida
153
 

•una costumbre humillante. Es hora ya de que dejemos de mirar a los parroquianos con ojos de perro pedigüeño. Que la administración les aumente la cuenta a los parroquianos en un tanto por ciento y nos pague más a nosotros. Además, hay que reclamar un día de descanso para esparcir el ánimo y estar con la familia. Y hay que exigir que se nos trate un poco mejor.

Es un corazón vivo y enérgico. ¡Y no le teme a nadie!

—Los tiempos—añadía—han cambiado. Hay que poner fin a todas las injusticias.

Después he tenido ocasión de convencerme de que es un buen compañero, un amigo leal. Y, por añadidura, muy listo.

—No hay que esperar—dice—que otros se cuiden de nosotros. Debemos tomar nuestro destino en nuestras propias manos. Si seguimos como hasta ahora, seremos unos imbéciles, unos verdaderos lacayos sin dignidad ni amor propio...

Nuestro huésped Cherepajin estaba muy triste. Temía que le movilizasen.

—Sentiría mucho—se lamentaba—abandonarlos a ustedes y marchar en busca de la muerte al desierto. ¡Si al menos pudiera hacer ver en la guerra de lo que soy capaz! Pero no; seguiré tocando este endemoniado trombón.

Un domingo me dijo: — Quiere usted que salgamos a tomar el aire un ratito?

Hablaba con voz alterada. Su invitación me sor-