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—Ha sido una noche de mucho trabajo.

Nuestros huéspedes han tenido visitas y no se han acostado hasta las cuatro. Ella se quejaba de dolor de cabeza, y Kolia se la llevó a dar un paseo, para que se despejase un poco... Su amistad no me gusta Lada.

—¿Qué temes, mujer?

—¡Si vieras cómo la mira! Se la come con los ojos. Yo lo veo tcdo por la cerradura. El otro parece que está ciego: no se da cuenta de nada.

¡Y ella se conduce con una libertad!... Estoy con el alma en un hilo... Debías hablarle a Kolia.

Yo, si he de ser franco, tampoco las tenía todas conmigo. Hacía tiempo que la amistad de Kolia con los nuevos huéspedes me desasosegaba.

XIII

Por el mes de febrero había yo añadido ochenta rublos a mis economías de la Caja de Ahorros.

El invierno era magnífico y se me daban buenas propinas. En el restorán, la animación había llegado a su colmo. A causa de la guerra, abundaban los oficiales entre los clientes. Se gastaba mucho dinero, también a causa de la guerra, merced a la cual mucha gente hacía espléndidos negocios. Se veían por todas partes ricos improvisados: personas que hasta entonces habían vivido en la sombra, a quienes nadie conocía, apa-