Página:El camarero (1920).pdf/151

Esta página no ha sido corregida
147
 

Por toda respuesta le di una bofetada. No pude dormir en toda la noche, recordándolo. Kolia, en cambio, no lo tomó muy por lo trágico, y hasta parecía que la bofetada le había satisfecho.

—Perdóneme usted—me dijo cuando, ya muy tarde, me acerqué a su cama a darle un beso—; perdóneme usted que haya dudado de su honradez. Me he merecido el soplamocos.

Acordándome de todo esto, me detuve junto a un farol y empecí a meditar. Qué haría? Sentía como una mano sobre el pecho aquellos billetes malditos. ¡Era dinero robado y lo llevaba a casa! No había sido ladrón nunca. Cuando Kolia había sospechado que pudiera serlo, me había llenado de ira, y, no obstante...

No me atrevía a entrar en casa. Tenía miedo de mí mismo, de mi conciencia. Había sido siempre honrado y estaba a punto de dar al traste, en un momento, con mi honradez de tantos años. Había sido siempre trabajador, sin nada que reprocharme; estaba orgulloso de ello, y ésa era mi única fortuna. Podía mirar cara a cara, sin avergonzarme, a todo el mundo. ¿Y qué sería de mi vidade mi tranquilidad, si me guardaba aquel dinero?...

Me parecía que Dios me miraba y esperaba mi decisión. Acaso me hubiera hecho encontrar aquel dinero para ponerme a prueba.

Permanecí largo rato junto al farol. Por fin, me decidí. En vez de irme a casa, eché a correr en dirección al restorán.