Página:El camarero (1920).pdf/150

Esta página no ha sido corregida
146
 

son nada: acaso se gaste más en una hora con esas muchachas. Para mí, en cambio, son toda una fortuna. ¡Con ellos, mi sueño dorado está a puntɔ de realizarse!

Nunca me ha gustado el champagne; pero aquella noche, para tomar ánimos, me bebí, con el camarero que me ayudaba a limpiar el gabinete, una botella que aquellos señores se habían dejado casi llena.

Sonaron las dos. Hacía una hora que los siberianos y su amigo se habían marchado.

"Si se hubieran dado cuenta de la pérdida del dinero pensé hubieran ya vuelto a buscarlo. Estoy salvado. Los tres, probablemente, estarán ahora hechos unas bas." —¿Qué te pasa?—me preguntó el maître d'hotel, advirtiendo mi agitación. En cuanto limpié el gabinete, corrí a casa. "Me envía Dios este dinero" pensaba por el camino. De pronto, cuando no me faltaba para llegar a casa más que andar unos cuantos pasos, me acordé de Kolia. ¿Qué diría, si se enterase? Luego me acordé de que Echov, algunos días antes de suicidarse, me había gritado que acostumbraba a aligerar los bolsillos de los clientes. Kolia me dijo luego: —No tengo derecho a pedirle a usted cuentas; pero... me atormenta esa idea....

—¿Qué idea?

—La de que lo que Echov ha dicho... usted nos mantiene, nos viste. ¿Lo que Echov ha dicho es, tal vez, verdad?