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miento de mi deber, mientras que otros lo hacen por servilismo.

Yo soy criado desde mi niñez, criado de oficio, no de afición, como lo son otros, pertenecientes, con frecuencia, a la más alta sociedad. A veces se les ve muy inflados, muy orgullosos, bebiendo champagne y luciendo sus sortijones, y se diría que no hay nadie por encima de ellos; pero, a veces también, si se hallan en presencia de un personaje de más campanillas, se olvidan de todos sus humos, hablando de un modo humilde, halagador, ocupan con las posaderas tan sólo el borde del asiento y se rebajan más que criados...

Ni siquiera en mi físico soy inferior a gran parte de mis clientes. Hasta dicen que me parezco al abogado Glotanov, Antón Stephanich. Mis compañeros suelen gastarme bromas a propósito de tal parecido. Glotanov y yo llevamos frac y somos un poco barrigudos—claro es que su frac está mejor cortado y es de mejor tela que el mío, y su barriga es más respetable que la mía, quizá porque cuelga sobre ella una gruesa cadena de oro. Como yo, Glotanov es un poco calvo. Si en vez de barba usase patillas, como yo, y llevase en el frac el número que llevamos los camareros, se le podría tomar por mí. Verdad es que en el bolsillo de su frac hay una cartera llena de billetes, y en mi cartera casi están solitas, las pobres, la tarjeta del juez Perekrilov, que me debe doce rublos, y la del cantante Zatepsky, que me debe nueve. Hace tres semanas que no vienen ni uno ni