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sé ?—preguntó a su pareja—. Permítame que la registre.

—Como usted quiera; pero no me haga cosquillas.

Y los tres caballeros empezaron a registrar a las muchachas. Yo lo veía y lo oía todo por la puerta entreabierta. ¡Dios mío, lo que se divertían!

—Acaso la tenga usted dentro de una media.

Permítame verlo... ¡O quizá esté aquí!

—¡No, ahí no!

—Sin embargo, hay que verlo. ¿La tendrá usted, quizá, entre la camisa y la espalda?

No me atrevo a contar lo que ocurrió en el comedor particular. Los viejos son aún más incontinentes que los jóvenes. Se diría que tratan de olvidar, a fuerza de locuras, sus años.

En fin, subieron los seis al automóvil y se fueron.

Cuando estaba barriendo el gabinete, me encontré en el suelo dos monedas de cinco rublos y tres de cincuenta kopeks.

Con las monedas en la mano, pensé: "; Me las meto en el bolsillo, o no? Este dinero no es nada para ellos; cantidades así las tiran sin darles más importancia que a la colilla de un cigarro." Y me guardé las monedas. Once rublos y medio!

Seguí barriendo el gabinete, sin dejar de pensar en mi hallazgo. En justicia, aquel dinero pertenecía a las muchachas, como recompensa por