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Después se pusieron a comer. Cuando se hubieron atracado a su gusto me llamaron con la cabeza.

—Escuche, señor jefe... ¿Nos podría traer..como postre...?

El que me hablaba chasqueó los dedos.

—En fin, ya sabes lo quiero decir... Tenemos gana de zephirs..., marca francesa...

Yo no le entendí. Nosotros llamamos zephir a una especie de pastel de un masa muy fina.

Entonces el representante de la casa de modas se dejó de rodeos y me dijo: —¡Queremos ensalada de carne! ¿Has entendido ahora?

Sí había entendido: querían mujeres.

—Llama al maître d'hotel. El nos informará.

La lista de señas de Ignaty Eliseich es una verdadera guía de forasteros. Están inscritas en ella todas las mujeres disponibles de la ciudad, hasta con el número del teléfono. Las señoritas pagan una cuota por la inscripción en dicha lista.

El director no lo ignora, pero hace la vista gorda; pues el negocio no es perjudicial, ni mucho menos, para el restorán. Ignaty Eliseich, incluso tiene films cinematográficas con los retratos de las mujeres. Lás guarda celosamente en paquetitos en uno de los cajones de su mesa.

Le llamé, y acudió en seguida, provisto de los paquetitos, que dejó en manos de los tres caballeros, retirándose al punto, como si no tuviera nada que hacer allí. Ellos empezaron a examinar las films. El representante de la casa de mo-