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Sin embargo, renunció al turbot.

En casos semejantes, el maître d'hotel es utilísimo. Cuando el cliente no entiende palabra de comidas y quiere hacer creer a sus amigos o a las señoras que le acompañan que entiende mucho, el maître d'hotel puede guiarle de un modo casi imperceptible. Y le guía tan bien, que la cuenta sube de lo lindo. Para los ricachones que vienen de la Siberia es un auxiliar indispensable. No son nadie sin él. Tienen que tomarlos bajo su protección como si fuesen criaturas. Con ellos puede darle a eu imaginación rienda suelta.

Les hace pedir platos cuya existencia no han sospechado nunca. Y ellos le quedan muy reconocidos, aunque la comida les cuesta sumas fabulosas y le gratifican como príncipes.

Otro negocio que les reporta grandes beneficios a los maîtres d'hotel es el de las cocottes. Cuando el cliente quiere pasar un rato con una mujer en un gabinete particular, el maître d'hotel lo arregla todo. Envía en seguida por tal o cual muchacha—para lo que tiene una lista de direcciones, y, naturalmente, recibe una buena gratitificación por ese servicio especial. Ignaty Eliseich es una notabilidad en este género de asuntos.

Yo también he recibido a veces propinas de esas señoritas, cuando por orden de nuestro maître d'hotel he ido a buscarlas a su casa. Pero nunca he tomado parte activa en esos enredos, lo juro.

Tengo una hija, y comprendo la indecencia de tales alcahueterías. Le conté una vez al confesor