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A veces ocurren equivocaciones desagra lables.

No hace mucho, una actriz, en nuestro restorán, sufrió una que le costó un disgusto a Ignaty Eliseich. En los restoranes elegantes se acostumbra a obsequiar a las señoras, en las comidas de gala, con ramos de flores. Cuando la actriz a que me refiero entró en el salón para sentarse a la mesa, nuestro maître d'hotel la esperaba a la puerta con un ramo, obsequio de los concurrentes, y se lo ofreció de tal modo, que ella le sonrió y le saludó con la cabeza, tomándole por uno de sus admiradores. Los clientes se enfadaron mucho y riñeron al maître d'hotel por su conducta.

En fin es un oficio muy difícil, sobre todo en los restoranes donde come gente de alto copete.

Esa gente se fija en todo, aunque parece que no se fija en nada. Un buen maître d'hotel debe medir todos sus pasos, todos sus movimientos.

Pero si el oficio es difícil, en cambio es provechoso. Casi todos los maîtres d'hotel se hacen ricos. En cuanto tienen bastante capital suelen despedirse del restorán donde se hallan y abrir ellos otro. No se acostumbra a darles propina. Si se les da algo, no es en concepto de propina, sino de recompensa por algún trabajo especial, como la dirección de un banquete o el servicio de una comida en un gabinete particular.

Hay que saber servir en los gabinetes particulares. Para hacerlo bien se necesita gusto y fantasía. Hay muy pocos clientes que sean capaces de elegir el menú ellos mismos, que conozcan los