Página:El camarero (1920).pdf/133

Esta página no ha sido corregida
129
 

Tan tristes ideas me desgarraban el corazón.

Decidí firmemente hacer economías si recobraba la salud. Aunque tenía ya en la Caja de Ahorros seiscientos rublos y pico, eso era muy poco. Si pudiera llegar a reunir por lo menos mil quinientos rublos, podría comprar una casita en las afueras, sobre todo si conseguía que me abriesen un pequeño crédito.

Determiné economizar, en adelante, todo lo posible, y ahorrar cada día un rublo como mínimum, sin decirle nada a mi mujer. Le haría creer, sencillamente, que ganaba menos. De lo contrario, no pararía de pedirme dinero para los lujos de Natacha, que hoy necesitaría unas cintas, mañana unas botas, etc. Me quitaría, si era necesario, el vicio del tabaco, o me fumaría las colillas que los parroquianos se dejasen sobre la mesa. De este modo, economizando, escatimando, me pondría, en cosa de un año, en condiciones de sorprender un día a Niucha con la noticia que ya teníamos dinero para comprar una casita.

Esta era la gran ilusión de la pobre.

—¡Hay que hacer todo lo posible para comprar una casita!—solía decirme—. He soñado esta noche que ya la habíamos comprado.

En cuanto estuve bueno, fuí a ver a mi amigo Kiril Saverianich para pedirle consejo.

Aprobó mi determinación con entusiasmo.

—No hay necesidad—me dijo—de esperar tanto tiempo. Yo conozco a un notario que presta dinero. Es verdad que cobra el doce por ciento de

El camarero
9