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Con este motivo, Kolia y yo tuvimos una discusión muy violenta, y hasta llegué a darle un soplamocos por haberme faltado al respeto. Desde entonces, suele decirme: —Cualquier botarate se permite tratarle a usted groseramente.

Yo no le contesto. "Eres—pienso—demasiado joven todavía, y no comprendes aún la vida. Cuando la comprendas, cuando conozcas un poco el mundo, no hablarás así." Es doloroso, sin embargo, oir en boca de un hijo semejantes palabras. Sí, yo soy un criado, un camarero; pero, si tal es mi destino, ¿ qué voy a hacerle yo?... Además, hay criados y criados; yo presto mis servicios en un restorán de primer orden, al que concurre la alta sociedad, la flor y nata de la aristocracia, y en el que los porteros tienen la consigna de no permitir la entrada a la gente de medio pelo. La mayoría de nuestros clientes son personas ricas, instruídas: generales, capitalistas, profesores, grandes comerciantes, aristócratas, un público, en fin, distinguidísimo. Hay que saber conducirse con gente de tal categoría; hay que andar con pies de plomo para no provocar su enojo. Y, como es natural, el director es muy exigente en lo que se refiere a la servidumbre. Para entrar de camarero en nuestro establecimiento, hay que pasar por un examen muy severo, como en la universidad: ha de poseer uno una figura majestuosa, una cara grave, una mirada severa. No basta traer y lle-