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Poco a poco me fuí calmando. Kolia comenzó a prepararse para los exámenes, con gran aplicación. Vasikov, el empleado de ferrocarriles, venía a casa por las tardes y estudiaban juntos. Nuestra vida se deslizaba suave y plácidamente.

Lo único que me disgustaba era mi ruptura con Kiril Saverianich. Aunque tenía muy mala lengua y era muy orgulloso, yo echaba mucho de menos su conversación y me aburría sin él. Y concebí la idea de que nos reconciliásemos. Le rogué a Kolia que le escribiese una carta excusándose.

Quizá—le dije—te perdone.

Pero Kolia se negó en redondo. El no se aburría, tenía amigos con quienes hablar, y yo no.

Visitar a mis compañeros del restorán no me seducía. Ya hablaba bast con ellos en el establecimiento, y su conversación me divertía muy poco. En cuanto a Iván Afanasievich, el maestro de escuela jubilado, nuestro nuevo piso estaba muy lejos de su casa, y él se hallaba muy quebrantado de salud para venir a verme.

Un día festivo, antes de irme al restorán, me acerqué, después de maduras reflexiones, a casa de Kiril Saverianich: quería a todo trance reconciliarme con él. Su barbería es muy elegante.

Sobre la puerta hay un letrero dorado que dice: "Coiffeur Kiril". Claro que tal letrero tiene por objeto atraer a la gente distinguida. Mi amigo se llama, sencillamente, Laichikov.

Entré en el salón y vi a mi antiguo amigo, con una blusa blanca, afeitando a un parroquia-